Resumen del libro
Melilla, tu nombre me trae recuerdos felices que nunca olvidaré. Recuerdos de olores y sabores que conformaron mi más tierna infancia y mi juventud, perpetuando para siempre su impronta en mi memoria...
Recuerdos de altramuces, chufas, manzanas caramelizadas y regaliz. Sabores de pescado frito, de albaricoques, de sandía, higos chumbos y de melón.
A leche de cabra, mortadela, chocolate de la “negrita” y de las gachas dulces que hacía mi abuela.
A la sopa de “menudillos”, el pollo en salsa y los “borrachuelos” de Navidad.
Al potaje de bacalao, las tortitas y el arroz con leche de la Cuaresma.
Al cocido con arroz, al “gazpachuelo” y las migas de los días de frío.
Al gazpacho, los jureles fritos, las pescadillas mordiéndose la cola y la ensalada de verano.
El olor a tierra mojada cuando llovía, el olor de sus pinos, del incienso y de los cirios de su Semana Santa.
El olor a mar o a tierra seca que traía el viento de Levante o de Poniente.
A la mezcla de sudor y a pipas saladas del cine de mi barrio a 40º en verano, o la amalgama de olores a turrón de cacahuetes, de pinchitos, de sardinas asadas, algodón de azúcar y cerveza de la feria.
El olor que emanaban sus viejos bares y tabernas; el olor de los bocadillos de calamares del bar “La Cave”, el de los caracoles picantes de “El Caracol” o el de las tortillas de patatas de “ El Manco” del Pueblo.
La añorada mezcla de los olores del rastro del “Polígono”, olores de pescado, fruta, “arropía” y a té con hierba buena.
¡Ah! y a churros, los inigualables churros tostados y crujientes, que estallaban al masticarlos como una traca, dejándote en la boca el dulce recuerdo de la niñez.
El olor de la Avenida cuando los paseantes desprendían un sin fin de fragancias, creando una mescolanza embriagadora de caros perfumes y de otros más modestos.
El olor del Parque Hernández al atardecer, cuando las flores, aliviadas del sol castigador, soltaban sus aromas languideciendo en el ocaso.
El olor de su puerto, cuando me llevaba mi padre y decenas de barcos volvían con sus capturas, compitiendo el olor de su pescado con el del gasoil, el del café con leche y el de los “carajillos” del quisosco, donde los pescadores se reponían del frío que tenían incrustado en los huesos, envueltos en el humo de sus cigarrillos.
Olores, reflejos, estímulos cognitivos que, grabados en la memoria, rememoran al instante momentos vividos que estaban arrumbados en mi mente.
Estos son los dulces recuerdos que clavados en mi pituitaria para siempre, me transportan a un tiempo, en el que la ausencia de responsabilidad, lo ha tranformado en algo que podemos llamar felicidad.
A mi querida tierra.
Betoret