Tratado de los delitos y de las penas

Tratado de los delitos y de las penas. 9788498363425

Compartir en:

Tratado de los delitos y de las penas

  • Beccaria Bonesana, Cesare.
  • Papel

    Disponible para envío en 3-4 días

    antes:
    11,00€
    ahora:
    10,45€

    Resumen del libro

    Esta inscripción se hallaba situada al lado del lugar donde en otro tiempo se alzó la demolida casa de Juan Jacobo Mora, quien, junto con Guillermo Plaza y otras personas, fue llevado al suplicio condenado por haber propagado, mediante «untos» en las paredes, la peste que asoló la ciudad de Milán en 1630. El relato de aquél proceso, que ha dado origen, al menos, a dos importantes obras —la de Pietro Verri «Observaciones sobre la Tortura», y la, más conocida, de Alessandro Manzoni «Historia de la columna infame»— conmocionó a los círculos ilustrados milaneses. Y esa conmoción se produjo no sólo por la inutilidad de la tortura como medio de investigación de la verdad en el proceso penal, o por la demostración de superchería e ignorancia que evidencian las imputaciones que se hicieron a los supliciados, sino por el espectáculo de sufrimiento tan atroz, de profanación del cuerpo del torturado que se trasmite a cualquier semejante que tome conocimiento de lo ocurrido por muchos años que hayan transcurrido desde aquel suceso. Pietro Verri escribe acerca de la tortura a la que fue sometido Guillermo Plaza: «...; decretó el Senado que el Presidente de la Sanidad y el Capitán de Justicia, con la asistencia también del Fiscal Tornielli, tenían que atormentar nuevamente a Plaza acri tortura cum ligatura canubis et interpollatis vicibus arbitrio 2, etc. y es de notar que se añade abraso prius dicto Guglielmo, et vestibus curiae indulto, propinata etiam si ita videbitur praefatis Praesidi et Capitaneo potione expurgante 3, y ello porque en aquellos tiempos se creía que en los cabellos o en el vello del cuerpo, en la ropa o en los intestinos, por haberlo tragado, pudiese haber un amuleto o pacto con el demonio, por lo que afeitándole, despojándole de sus vestidos y purgándole se desarmaba al reo. En el año 1630 casi toda Europa se hallaba envuelta en estas tenebrosas supersticiones 4. Conmueve el sentido de humanidad la escena de la segunda tortura con la cuerda, que dislocando las manos las hacía doblarse sobre el brazo, mientras el hueso del hombro se dislocaba de su cavidad. Guillermo Plaza exclamaba mientras se preparaba el nuevo suplicio: Me matan, lo prefiero, porque la verdad ya la he dicho; después, mientras comenzaba el crudelísimo dislocamiento de las articulaciones decía : que me matan estos. Más tarde, a medida que aumentaba el rigor gritaba: Oh Dios me asesinan, no sé nada, y si supiese algo ya lo habría dicho. Continuaba y crecía gradualmente el martirio, instándole continuamente el Presidente de la Sanidad y el Capitán de Justicia para que diese los nombres de los diputados del lugar así como para que respondiese acerca de la ciencia de extender el ‘unto’ en las murallas. Gritaba el desafortunado Guillermo: No sé nada; hacedme cortar la mano, matadme también. ¡Oh Dios mío, oh Dios mío!. Continuamente le instaban los Jueces, encarnizándose cada vez más, y él respondía exclamando y gritando: ¡Ah Señor, me asesinan!, ¡Ah Dios mío, estoy muerto!. ¡Estremece seguir esta atroz escena! A nuevos requerimientos replicaba siempre lo mismo, protestando de haber dicho la verdad, y los jueces nuevamente querían que la dijese, él respondió: ¿qué queréis que diga? Si le hubieran sugerido una acusación imaginaria, él se habría acusado; pero no podía inventar los nombres de personas que no conocía. Exclamaba: ¡Oh que asesinato! Y finalmente, después de una tortura durante la cual se escribieron seis planas del proceso, y dado que persistía en decir con voz débil y sumisa: No sé nada, la verdad ya la he dicho, ¡Ah que no se nada!, después de un largo y crudelísimo martirio fue conducido de nuevo a la cárcel».

    Información GPRS: https://www.comares.com/media/comares/files/pdfcatalog-1335.txt